fbpx

Histórias Esquecidas de Manuel Milho XVII

PT

MARES BLIMUNDOS
Alice Neto de Sousa

Os olhos cor de cinza ardiam nas chamas do auto-de-fé. Chovia sangue. Com os mesmos dedos médio e indicador, molhou o peito na poça natural dos corpos quando o crepúsculo dos desejos desflora. Ajoelhou-se de corpo à palmatória – deu-se – deitada nos percevejos cárceres dos pecados. Baltasar. Era domingo, chovia. Os mares blimundos inundaram de vermelho o passo. Correu tinto nos lençóis salgados da esperança, uma pinga, uma pinga entrançada nos membros convexos, fletidos, de um coito interminável fantasma, de um mastro tão demorado postiço, a insistir, a erguer num dilúvio sem corpo. A inundar a terra, perdida. O corpo? As mãos queimadas de soldado retornado eriçaram as costas num parágrafo repentino. A crepitar nos ossos. A devorar com os olhos a côdea do que importa despir. Nas pálpebras acesas delirante, quase, quase a queimar na madeira dilatada, inalou o cheiro a ferro que se derrete nos ácidos das pólvoras dos crimes inconfessos, ergueu os braços em completa histeria, penitência. Ardia. Como aquela mulher ardia. De par em par, a saber a canto de galo em tempo emprestado, acendeu o sol mais alto de meio-dia, num eclipse em céu aberto, deu-se Blimunda à fogueira, a chover sozinha, um amor noturno de lua cheia.

ES

Mares blimundianos
Alice Neto de Sousa

Los ojos color de ceniza ardían en las llamas de auto de fe. Llovió sangre. Con los mismos dedos medio y índice, mojó el pecho en el charco natural de los cuerpos cando el crespúsculo de los deseos desflora. Se puso de rodillas, dando el cuerpo a la palmatoria – se ofreció – acostada en los chinches carceleros de los pecados. Baltasar. Era domingo, llovió. Los mares blimundos inundaban de rojo el paso. Escurrió rojo en las sabanas saladas de la esperanza, una pinga trenzada nos miembros convexos, flexionados, de un coito interminable fantasma, de un mástil tan demorado postizo, insistiendo, erigiendo en un diluvio sin cuerpo. Inundando la tierra, perdida. ¿El cuerpo? Las manos quemadas de soldado retornado erizaran las espaldas en un párrafo repentino. Crepitando en los huesos. Devorando con los ojos la corteza que importa desnudar. En las pálpebras encendidas delirantes, casi, casi quemando la medrad dilatada, inhaló el olor de hierro que se derrite en los ácidos de las pólvoras de los crímenes inconfesables, a erigió los brazos en completa histeria, penitencia. Ardía. Como aquella mujer ardía. De par en par, con sabor a canto de gallo en tiempos prestado, encendió el sol más alto de medio día, en un eclipse a cielo abierto, Blimunda se ofreció a la hoguera, lloviendo sola, un amor de luna llena.