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Histórias Esquecidas de Manuel Milho XXI

PT

Já foste aos saldos este ano? Comprei um cachecol cinzento por metade do preço. O meu neto faz hoje anos, convidaram-me para ir jantar lá a casa. A minha mãe chamou a ambulância, mas eu não me lembro de os ver chegar. Um galão e meia torrada, por favor.

Esguio, calças de ganga apertadas, saco de supermercado na mão, o homem olhava de pé a esplanada em frente. Passava ali os dias assim mesmo, de pé, percorrendo em paralelo a esplanada e olhando-a como quem assiste ao desenrolar de uma peça de teatro. Como bom espectador, nunca invadia o palco. Isto é, nunca cruzava a linha que separava o espaço público da rua do lugar com dono da esplanada. Arriscava no entanto uns comentários em voz alta, apontava lugares vagos a quem chegava, mesas que iam sair.

Estes ducheses já não são o que eram. E o que disse o médico? Não sei o que fazer, tenho vários caminhos possíveis. Era mais uma bica e um copo de água. Os turistas até já chegaram à rua dele, vê tu bem.

Da perspectiva dos clientes da esplanada, o homem esguio e de andar ansioso era o ator à boca de cena de um monólogo qualquer, o cenário a igreja e os carros lá atrás. Afinal o que esperam todos aqueles que preferem sentar-se lá fora senão que o mundo se lhes desenvolve aos pés. Isso e poder fumar um cigarro. Andava para trás e para a frente, o homem, calçava ténis, não largava o saco da mão. Havia uma cadeira e um banco encostados contra a cerca da esplanada.

Dizem que é da guerra mas eu cá não acredito. A mãe deles era uma grande senhora, vivia ali naquele prédio. Tive tanta pena, chorei quando o Papa morreu, mas até prefiro este, é mais simpático, deve ser por ser argentino. Queríamos a conta, faz favor.

Do interior do café saía um homem vestido de preto cuja cara lembrava acidentes. Cumprimentou como um velho conhecido o homem que andava para trás e para diante ao longo da esplanada, sentou-se na cadeira. O outro puxou o banco para a frente da cadeira, sentou-se também. Do saco de supermercado tirou uns jornais velhos, graxa.

– Como vai isso? – perguntou o homem de preto.

– Hoje em dia anda tudo de ténis, não há sapatos para engraxar.

Engraxados os sapatos de couro castanho do homem de preto, este levantou-se e passou uma nota de vinte para a mão do engraxador enquanto em despedida lha apertava.

– Restam as conversas desta gente.

Mas o homem de preto já lá ia, juntava-se à mulher que o esperava na esquina. Ele acertou o passo pelo passo dela, e caminharam juntos na direção da igreja.

ES

¿Alguna vez has estado en los saldos este año? Compré una bufanda gris por la mitad del precio. Es el cumpleaños de mi nieto, me invitaron a ir a la casa cenar. Mi madre llamó a la ambulancia, pero no recuerdo haberlos visto. Un café con leche una tostada media, por favor.

Unos pantalones vaqueros apretados, bolsa de supermercado en la mano, el hombre miraba la terraza en el frente. Pasaba sus días, de pie, caminando en paralelo a la terraza y mirándola como para ver una obra de teatro. Como buen espectador, nunca invadió el escenario. Es decir, nunca cruzó la línea que separaba el espacio público del lugar con propietario de la terraza. Sin embargo, se arriesgó a algunos comentarios en voz alta, señaló lugares vacantes a los que llegaron, mesas que estaban saliendo.

Eses pasteles duquesa ya no son lo que eran. ¿Y qué dijo el médico? No sé qué hacer, tengo varios caminos posibles. Un otro café solo y un vaso de agua. Los turistas incluso han llegado a su calle, mira.

Desde la perspecNva de los clientes de la terraza, el hombre delgado y de pasada ansiosa era el actor del proscenio de un cualquier monólogo, el paisaje de la iglesia y los autos allí. A fin de cuentas, lo que esperan todos aquellos que prefieren sentarse afuera, sino que el mundo se desarrolle frente a sus pies. Esto es poder fumar un cigarrillo. Caminó de un lado a otro, el hombre, tuvo el tenis, no dejó caer la mano de su mano. Había una silla y un banco contra la explanada.

Dicen que es la guerra, pero yo no lo creo. Su madre era una gran dama, vivía allí en ese edificio. Tenía tanta pena que lloré cuando el Papa murió, pero incluso prefiero este, es más amigable, debe ser por ser argenNno. Queríamos la factura, por favor.

Desde el interior del café llegó un hombre vesNdo de negro cuya cara se parecía a los accidentes. Saludó como un viejo conocido, el hombre que caminó de un lado a otro a lo largo de la terraza se sentó en la silla. El otro Nró del banco hacia la parte delantera de la silla, también se sentó. De la bolsa de supermercado tomó algunos periódicos viejos y betún.

― ¿Como va eso? Preguntó el hombre de negro.

― Hoy en día todo es zapaNllas, no hay zapatos para lustrar.

Una vez lustrados los zapatos de cuero marrón del hombre en negro, él se puso de pie y pasó una nota de veinte a la mano del limpiabotas mientras la apretaba, despidiéndose.

― Quedan las conversaciones de estas personas.

Pero el hombre de negro ya iba allá, se unió a la mujer que lo esperaba a la vuelta de la esquina. Dio el paso a través de su paso y caminó juntos hacia la iglesia.