fbpx

Histórias Esquecidas de Manuel Milho II

PT

Gisela Casimiro – Gerador – “A JÓIA PESA CONFORME O USO”

Continuou quando assim se interrompeu. Começou quando assim se sucedeu, após o que ocorreria vezes sem conta. O vendedor, homem delgado e enrugado, fixava-a havia algum tempo do outro lado da praça vazia, elevando o punho direito no ar com movimentos ritmados. Quando a rapariga se aproximou finalmente, a figura estendeu a palma da mão onde se via um corte recente. Sorriu-lhe. Tem aí mais uma linha, retorquiu ela. De vida ou de morte? Cortou ou acrescentou dias ao seu destino? Ele sorria apenas com a boca, o olhar muito para dentro dela, como o de um pássaro ávido pelas migalhas que as amigas lhe atiravam no sonho da noite anterior, entre risos maldosos, indiferentes às suas lágrimas e às mãos tapando a cabeça, ela ajoelhada no chão. A mão revelou de um bolso secreto um par de leves brincos sem fecho feitos de madeira escura: uma réplica do continente africano. Ela colocou os dois continentes pelo preço de um em cada orelha, satisfeita. “Sempre quis uns destes. Como me ficam?” O homem recusou o dinheiro que lhe estendeu, mas segurou-lhe o pulso com uma das mãos e, com a outra, traçou em silêncio o percurso de cada uma das linhas da cliente. “Enquanto usares estes brincos não deverás ver-te ao espelho senão nos olhos dos vivos.” Sentiu um pequeno frémito quando ele lhe cerrou suavemente o punho e se afastou em silêncio. Tacteou o interior da mala à procura de um espelho riscado que trazia há anos, lembrança da loja de um museu. Tocou ao de leve nos brincos, como para garantir que ainda os trazia postos. Que bonitos, que bonita! Olhou as mãos. Viu a marca do velho transferida para si e tentou voltar o pescoço à procura dele mas os brincos, que por alguma razão não saíam, começavam agora de repente a crescer e a pesar mais e mais.

ES

Gisela Casimiro – Gerador – “la joya pesa de acuerdo con el uso”

Continuó cuando así se había interrumpido. Empiezó cuando así se sucedió, después de lo cual ocurriría veces sin cuenta. El vendedor, el hombre pequeño y arrugado, fijaba la mirada en ella durante algún tiempo del otro lado de la plaza vacía, levantando su puño derecho en el aire con movimientos rítmicos. Cuando la chica finalmente se acercó, la figura extendió la palma de la mano donde se vio un reciente corte. Él le sonrió. Hay otra línea, ella replicó. ¿De la vida o la muerte? ¿Cortó o agregó días a su destino? El sonría apenas con la boca, su mirada mucho adentro de ella, como o de un pájaro ávido por las migajas que sus amigas le tiraban en su sueño de anoche, entre risos maldosos, indiferentes a sus lágrimas e a las manos tapando a cabeza, ella de rodillas en el suelo. La mano revelada desde un bolsillo secreto, un par de pendientes de luz chasquidos hechos de madera oscura: una réplica del continente africano. Ella puso los dos continentes por el precio de uno en cada oreja, satisfecha. “Siempre quiso unos de estos. ¿Cómo me quedan? ” El hombre rechazó el dinero que se extendió a él, pero le sostuvo su pulso con una mano y, con la otra, rastreada silenciosa el curso de cada una de las líneas del cliente. “Mientras usa estos pendientes, no debes verte en el espejo, sino a los ojos de la vida”. Sintió una pequeña emoción cuando él cerró suavemente el puño y se alejó en silencio. Tacó la maleta en busca de un espejo rayado con el que había estado durante años, recuerdo de la tienda de un museo. Tocó los pendientes, como para asegurarse de que todavía los llevaba. ¡Qué hermoso, qué hermosa! Miró sus manos. Vio la marca del anciano se transfirió a sí mismo y trató de devolver su cuello en busca de él, pero los pendientes, que por alguna razón no salieron, repentinamente comenzaban a crecer y pesaban más y más.