
PT
O Pássaro Azul
Já estávamos na praia, depois da construção do monumento megalómano e de uma grande pescaria, a relaxar. Só os que tinham sobrevivido à construção, óbvio, mas deixamos um Descansa Em Paz – assim por extenso, para gastar caracteres – a todos os esmagados.
O cenário era o grande estúdio da Tóbis Portuguesa, quando José Álvaro Morais fez dele praia kitsch dos anos oitenta. Pôr-do-sol às camadas, a salmoura nos Ray-Bans fazia deles câmaras de médio formato, com vignette incluída. Só que era tudo verdade – areia nos lábios, brisa tipo massagem, e as peles morenas, mas de lifestyle.
“Então e não mandas um avacalho? – disse Alex, já escanhoado e bem moreno, numa tonalidade de caramelo com o loirinho do sol. Dirigia-se, claro, a Manuel Milho. Desafiava-o a contar algo memorável.
“Oh pá, mas desta vez conta uma boa…” – disse o Batata, logo a desdenhar à partida, no pior dos portugueses.
“Vou-te contar porque é que o azul saiu da bandeira, chega-te?”
“Olha, levas já o cházinho que é peitoral – a última dele ficou por escrito. Agora pensa.” – disse Cristóvão, mas só porque na altura meter por escrito era alto filme.
“Quem também conta bem é o Salete.” – disse o Diogo Evaristo, mas ia ter de ficar para outro serão, este era do Manuel Milho.
Secretamente, nós estávamos à espera que fosse aquela da vizinha que teve o caso com um fidalgo. Essa anedota era um memorial, tinha risadas, tinha melodrama, tinha gore. Calma, lá vai ele:
“Era uma vez um pássaro azul. Só aparecia se tu tivesses perdido toda a esperança, desde que nunca perdesses a esperança na certeza da sua aparição.”
Ui, tragédia grega. Até eu que estava desejoso de captar uma história do Manuel Milho para os meus textos brilharem por proximidade (se às vezes o génio escorre, do Saramago respinga), via-me algo à toa com a premissa surrealista. Ou vá, folclórica. A verdade é que o Baltasar já lhe tinha pedido histórias com bichos azuis.
“Como este pássaro apareceu a salvar D. Afonso Henriques salvo erro em 1939 e com a graça de nosso senhor, a bandeira recebeu a sua cor turquesa, que era também da cousa do céu e do mar. Isto foi antes de me virar para o lado e ir fazer a sesta, boa tarde, à noite há mais.”
“Oh Milho, tu viras é pipoca pá… amanhã já o pessoal tem limite de texto, tens de contar agora antes que se acabe.” – disse o Fábio Galvão.
“Diz-lhe aí a tua verdade, Mánu!” – disse Helena, que também estava lá ao banho connosco na Praia da Torre.
“O erro mayor na avaliação de pão com carne é dar a real dentada e dar logo avaliação. Não é só o molho e a qualidade do bife, há a dentada inicial, o seu magma e o gosto sobrante do fim.”
“Não, a verdade da história…” – corrigiu Helena, a rir-se, algo corada.
“Deixou de se falar desse pássaro azul e foi desaparecendo assim. Pode ser que agora volte – as histórias têm o poder da convocação.”
E nós, que estávamos ali a lê-las com toda a atenção, percebemos que o Manuel Milho não tinha Twitter de certeza. Nas nossas vidas, o pássaro azul nunca parava de dar às asas.
Alex Couto
ES
El Pájaro Azul
Ya nos quedábamos en la playa, después de la construcción del monumento megalomaníaco y de una gran pescaría, relajando. Solo los que habían sobrevivido a la construcción, claro, pero dejamos un Descanse en Paz – así por extenso, para gastar caracteres – a todos los aplastados.
El escenario era lo del estudio de Tóbis Portuguesa, cuando José Álvaro Morais lo hizo una playa en plan kitsch de los ochenta. Puesta del sol en capas, la salmuera en los Ray-Ban los volvía cameras de medio formato, con viñeta inclusa. Sólo que todo era verdad – la arena en los labios, la brisa como que, masajeando, y las pieles morenas, pero del tren de vida.
–Entonces, ¿no mandas un chiste? – dicho Alex, ya afeitado y bien moreno, en una tonalidad de caramelo con el rubito del sol. Se dirigía, claro, a Manuel Milho. Lo desafiaba a contar algo memorable.
–Pero viejo, esa ves cuenta una buena… – dicho Patata, luego despreciando para empezar, en lo peor de los portugueses.
–¿Te voy a contar porque el azul ha salido de la bandera, no te basta?
–Mira, ya te van a cantar las cuarenta – su última quedó por escrito. Ahora piensa. – dicho Cristóvão, pero solo porque a la época poner por escrito era muy guay.
–Quien también lo cuenta bien es Salete. – dicho Diogo Evaristo, pero tendría que quedar para otra noche, esa era de Manuel Milho.
Secretamente, nosotros esperábamos que fuera aquella de la vecina que a tenido un caso con un hidalgo. Esa anécdota era un memorial, tenía risadas, tenía melodrama, tenía gore. Calma, que el ya sigue ahí:
–Érase una vez un pájaro azul. Él sólo aparecía se tu tuvieras olvidado toda la esperanza, sino que nunca hubieras perdido la esperanza en su aparición.
Huy, tragedia griega. Hasta yo que me antojaba captar una historia de Manuel Milho para mis textos brillaren por cercanía (si a veces el genio corre, de Saramago respinga), me vía algo atontado con la premisa surrealista. O, si lo quieres, folclórica. La verdad es que Baltasar ya le había pedido historias con bichos azules.
– Como este pájaro surgió salvando a D. Afonso Henriques, si no me equivoco en 1939, y con la gracia de nuestro señor, la bandera recibió su color turquesa, que era también la de la cosa del cielo y del mar. Esto fue antes de me volver al lado y echarme una siesta, buenas tardes, hay más por la noche.
–Huy “Maíz” te vas a explotar como una palomita, viejo…mañana la gente ya tiene limite de texto, tienes que lo contar ahora antes que se acabe.» – dicho Fábio Galvão.
–Dile tu verdad, ¡Mánu! – dicho Helena, que también estaba bañándose allá con nosotros en la playa de Praia da Torre.
–El error mayor de la evaluación del pan con carne es dar la real mordida y luego avaliarla. No es apenas la salsa y la calidad del bistec, hay la mordida inicial, su magma y el sabor quedando al final.
–No, la verdad de la historia… – corrigió Helena, riéndose, algo ruborizada.
–Se dejó de hablar de ese pájaro azul y fue desapareciendo así. Puede ser que regrese – las historias tienen el poder de la convocación.»
Y nosotros, que nos quedábamos allá leyéndolas con toda la atención, percibimos que Manuel Milho por cierto no tenía Twitter. En nuestras vidas, el pájaro azul jamás paraba de aletear.
Alex Couto