fbpx

Histórias Esquecidas de Manuel Milho VI

PT

“Manuel Milho sempre fora um baú pesado com estórias” | Maria Bentes

Foi uma vez. Uma vez apenas que me cruzei com ele nesses caminhos esquecidos que pisava com calma – relembrou Manuel Milho mais uma das suas estórias enquanto fitava as moças atravessando o vento na Praça da República. Era um poço ambulante de sabedoria, infinitas travessias naquelas costas de velho que o acompanhavam para todo o lado. O caminhante que conheci era um homem curvo, de pele clara e sensível à luz e cabelos louros como os fios d’ouro que havia furtado. As carroças que pela praça iam passando e fazendo-se ouvir de forma distinta, distraíam Manuel, mais uma pausa na estória para então recomeçar. Recomeçava. A estória que vos queria contar, antes que me esqueça: O caminhante que me cruzou era homem alto, moreno de feições arabescas, com cabelo preto-carvão e mãos suadas, que sempre se agarravam ao bastão como se dele fossem extensão. Como digo sempre, “sem destino, caminha quem procura” e por tantos caminhos passou, creio que estaria à procura de algo grandioso, maior que ele talvez. Da última vez que nos cruzamos, senti-lhe o bafo a tinto tosco quando se aproximou para me contar que…

O serralheiro passa, cumprimenta-o num aceno distante, interrompendo-o. Como vos ia contar, era um homem muito alto, moreno, cabelo preto como o carvão e as mãos encharcadas em suor.

Manuel Milho sempre fora um baú pesado com estórias, dentro dele gavetas que por culpa do tempo foram ficando cada vez mais desarrumadas.

ES

“Manuel Milho siempre fue un baúl cargado de historias” | Maria Bentes

Lo fue una vez. Sólo una vez que me crucé con él en esos caminos olvidados que recorría con calma -recordó Manuel Milho una más de sus historias mientras miraba a las chicas que cruzaban el viento en la Praça da República. Era un pozo de sabiduría andante, un sinfín de cruces en esas espaldas de anciano que le acompañaban a todas partes. El caminante con el que me encontré era un hombre curvilíneo, de piel clara y pelo rubio como las hebras de oro que había robado. Los carros que pasaban por la plaza, haciéndose oír claramente, distrajeron a Manuel, otra pausa en el relato para volver a empezar. Comenzó de nuevo. La historia que quería contar, antes de que se me olvide: el caminante que se cruzó en mi camino era un hombre alto y moreno, de rasgos arabescos, con el pelo negro como el carbón y las manos sudorosas que siempre se aferraban al bastón como si fueran una extensión de él. Como siempre digo, “sin destino, el que busca camina” y por tantos caminos que pasó, creo que buscaba algo grande, más grande que él quizás. La última vez que nos vimos, sentí su aliento a vino tinto cuando se acercó a mí para decirme que…

El cerrajero pasa, le saluda con una inclinación de cabeza distante, interrumpiéndole. Como iba a decirle, era un hombre muy alto, moreno, con el pelo negro como el carbón y las manos empapadas de sudor.

Manuel Milho siempre fue un baúl cargado de historias, dentro de sus cajones que, con el tiempo, se fueron desordenando.