
PT
Histórias esquecidas de Manuel Milho – André Osório
Se não estivesses aqui, se fosses por fora, serias tu? Seus corpos inclinavam-se ante a pergunta, estendiam-se e entendiam-se nela. Afinal, éramos três; dois irmãos, dois berços diferentes, um perdido na conversa, outro na interrupção. Olhavam fixos o dia, a sua rotação, as suas palavras perdidas no suor das paredes. Horas embalavam-se na intermitência dos seus olhos cansados, laboradores, os dedos reclinando-se aos cabelos, em escuta.
Ouvias, pois, as suas vozes quebradas. Esperavam toda a tarde a história que chegava tarde, quando escurecia o tempo já e as árvores, por fim sozinhas, abrigavam o calor que uma vida inteira parecia guardar. Falava. Via-os. Entretecendo o pão e a água contra o sono, um para o outro, um encostado ao outro como se perguntando: “Estamos aqui? Somos nós? Ouves-me?”. Que quente, a solidão do nome, a brisa que nos lembra os Verões, a erva fina de uma mulher. Tinha, cada uma, o seu corpo, a sua voz, a sua presença. Sentavam-se lado a lado, à minha beira, olhavam-me. O fogo queimava, ainda. Ela ouvia-nos, sentada, como a ouvia a sua irmã mais velha, preocupada. Ultimamente descobria os amores de juventude, um rapaz franzino que vivia na sua rua ao lado, este mesmo quarteirão, contava-lhe histórias, ela parava em frente de sua casa, à hora do lanche, após a escola, e ele contava-lhe, sentado à cerca, de duas mãos ligeiramente afastadas do corpo, veja-se só, histórias.
Falava-lhe de três pessoas, mas não éramos nós. Ela parava, preparava o dia para parar naquelas horas, naquelas palavras, naquele corpo. Ele ouvia o seu olhar atento, convidava um lugar a seu lado. Observavam a estrada, o seu escuro, as pequeninas pedras que tropeçavam, para a berma, dada a agitação do dia. Contava-lhe sua vida: como ela estudava e queria ser química, como procurava sair de casa dos pais, católicos, e formar uma família, alguém com que falar e ouvir, como viera ali ter, e fazer, guiada pela paixão não de outra, mas desta vida. Casaram-se, um dia, distraídos.
Ele dormia, ela dormia. Nada mais. Porém, uma grande e obscura beleza demorava-se ali, naquele quarto, naquela noite. Eu falava, a noite levantava-se; amanhã direi o resto.
ES
Historias Olvidadas de Manuel Milho – André Osório
Si no estuvieras aquí, si estuvieras afuera, ¿serías tú? Sus cuerpos se inclinaban ante la pregunta, se estiraban y se entendían en ella. Al final, éramos tres; dos hermanos, dos cunas diferentes, uno perdido en la conversación, el otro en la interrupción. Miraron el día, su rotación, sus palabras perdidas en el sudor de las paredes. Horas transcurrieron acunadas en la intermitencia de sus ojos cansados y laboriosos, sus dedos apoyados en su cabello, escuchando.
Entonces escuchaste sus voces rotas. Esperaron toda la tarde el cuento que llegó tarde, cuando ya oscurecía y los árboles, por fin solos, cobijaban el calor que parecía contener toda una vida. habló. Verlas. Tejiendo el pan y el agua contra el sueño, uno para el otro, uno apoyado en el otro como preguntando: “¿Estamos aquí? ¿Somos nosotros? ¿Me escuchas?” Que calor, la soledad del nombre, la brisa que nos recuerda los veranos, la fina hierba de una mujer. Cada una tenía su propio cuerpo, su voz, su presencia. Se sentaron uno al lado del otro, a mi lado, mirándome. El fuego seguía ardiendo. Nos escuchaba sentada, mientras su hermana mayor escuchaba preocupada. Últimamente estaba descubriendo los amores de su juventud, un chico flaco que vivía en la calle de al lado, esta misma cuadra, le contaba cuentos, ella se paraba frente a su casa, a la hora del almuerzo, después de la escuela, y él le contaba ella, sentada junto a la cerca, con las dos manos ligeramente separadas del cuerpo, he aquí, historias.
Hablaba de tres personas, pero no éramos nosotros. Se detuvo, preparó el día para detenerse en esas horas, en esas palabras, en ese cuerpo. Escuchó su mirada atenta, invitó a un lugar a su lado. Observaron el camino, su oscuridad, las piedrecitas que tropezaban hacia el costado, dada la agitación del día. Le contó su vida: cómo estudió y quiso ser química, cómo trató de salir de la casa de sus padres, católicos, y formar una familia, alguien con quien hablar y escuchar, cómo había llegado ahí, y lo hecho, guiada por la pasión, no de otra, sino de esta vida. Se casaron, un día, distraídos.
Él dormía, ella dormía. Nada más. Pero una belleza grande y oscura se quedó allí, en esa habitación, esa noche. Hablé, la noche se elevó; mañana te cuento el resto.